Homilía para la Misa del Crisma 2014 en la Catedral St. Paul, Yakima - Archived

by Stephanie Sanchez
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Isaías 61,1-3a, 6a 8b-9; Apocalipsis 1,5-8; Lucas 4:16-21 

Reverendísimo Joseph J. Tyson, Obispo de Yakima 

“El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para traer la buena nueva a los pobres.” ¿Cómo podríamos nosotros – como sacerdotes – adaptar estas palabras que Jesús cita del profeta Isaías en nuestro Evangelio de San Lucas? ¿Cómo predicamos la “Buena Nueva” a los pobres en nuestro medio?

Deberíamos empezar por reconocer que hay muchas formas de pobreza. Evidentemente, esto comienza con la pobreza física. Cuando no podemos pagar el alquiler de la casa o la cuenta de la luz, o cuando no podemos proporcionar los alimentos básicos para nuestros hijos, y mucho menos mantenerlos al día con lo que sus amigos pueden tener, nos enfrentamos a una pobreza que reduce hasta la médula de nuestra autoestima. La pobreza física rápidamente nos lleva a la pobreza espiritual. De hecho, las consecuencias de la pobreza física nos sensibilizarían a las muchas formas de pobreza que plagan nuestra vida diaria.

La enfermedad es una clase de pobreza que ataca a todos: los que están muy bien económicamente hablando, y los que no. El enfermo entre nosotros a menudo se convierte en solitario y aislado. Separado de la rutina de la vida diaria, el enfermo puede experimentar un vínculo debilitado con su comunidad y amigos.

El afecto es otra forma de pobreza. Todo somos conscientes de la forma en que muchos matrimonios fracasan. Esos fracasos a menudo se derivan de la incapacidad de enfrentar al afecto inconsistente. Sin embargo, el amor es más que una emoción.  Es una decisión. Es una decisión que da fruto en el regalo de los hijos. Cuando los adultos pierden de vista esta verdad eterna, los niños pueden ser forzados a una pobreza de afecto por los mismos adultos que están supuestos a quererlos, a protegerlos y a darles un sentido de sus raíces y de su destino en la vida.

La edad puede ser otra forma de pobreza. Sentimos que nuestras capacidades físicas disminuyen. Notamos que no podemos hacer las cosas que una vez hicimos. Cosas que antes hacíamos con gran facilidad, ahora nos causan fatiga física y mental. Esta pérdida puede ser amplificada en una cultura que glorifica la juventud pero que ignora la vejez. Por lo tanto es muy fácil sentirse inútil y sin valor en nuestra propia personalidad.

El fracaso puede ser otra forma de pobreza. Esto puede suceder en cualquier edad. Para el joven puede ser el descubrir que no tiene la capacidad para ir a la universidad. Para los de mediana edad es la pobreza de que nuestras opciones de una carrera se están cerrando. Para los ancianos, puede ser mirar el pasado con un sinnúmero de fracasos de toda la vida.

Tal vez la pobreza más difícil es la pobreza de nuestro error y nuestro pecado. Puede ser terriblemente difícil soportar nuestra propia culpa – vivir con un pensamiento de maldad y en que nos hemos involucrado en cosas malas de la vida. Como sacerdotes, ¿cómo soportamos la culpa del terrible error y pecado del escándalo de abuso sexual perpetuado por el clero? ¿Cómo no responsabilizarnos por cosas profundas del pasado que nosotros no hicimos? ¿Cómo caminamos con los hermanos más débiles? ¿Desafiamos o encubrimos a los demás? ¿Estamos lo suficientemente cerca de nuestros hermanos sacerdotes para darnos cuenta?

Nuestra capacidad de enfrentar la pobreza del error y del pecado en nuestras propias vidas podría abrirnos a las terribles luchas que vive nuestra gente. ¿Cómo ayudamos a los padres a enfrentar a sus familias después de haber sido acusados de un crimen de drogas? ¿Cómo ayudamos a un papá a dar la cara a sus hijos después de haber estado preso en una cárcel? ¿Cómo caminamos con los miles y miles de indocumentados que llenan nuestras parroquias en todo Washington Central?

Tal vez por eso es que el Papa Francisco escribió lo siguiente en su reciente exhortación apostólica: Evangelii Gaudium:

”…Quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria.  (EG 200)

Esto es lo que nuestros seminaristas aquí en Yakima aprenden cuando trabajan piscando frutas o empacando manzanas.  De hecho, uno de nuestros hombres, que trabajó el verano pasado en una planta empacadora de manzanas hizo un punto de apresurarse en su trabajo de almacenar cajas para poder tener unos minutos libres para hablar con los otros trabajadores sobre sus vidas espirituales. Aunque sus compañeros de trabajo habían sido bautizados católicos algunos no iban a la Iglesia y para todos en la planta era la primera vez que ellos hablaban con alguien de la Iglesia.

El último día de trabajo, este seminarista usó su propio dinero para comprarles a todos ellos una Biblia Católica. Ellos podían escoger una entre – español o inglés. ¡Para la sorpresa de mi seminarista, todos querían una biblia! Uno de los trabajadores que había sido un poco crítico de la Iglesia en conversaciones casuales, se acercó al seminarista y le dijo: “¿tiene una biblia para mí?” Sin perder el ritmo, nuestro seminarista respondió: ¿inglés o español?

Me parece a mí que si vamos a elevar el pan y el vino como “dones de la tierra y del trabajo de los hombres,” podría ser prudente que estemos conscientes del “trabajo real de las manos de los hombres” que producen estos “dones de la tierra.”

Por eso también es que yo no ordeno a un hombre al sacerdocio aquí en la Diócesis de Yakima sin que antes tenga la experiencia laboral de la huerta o las bodegas. Si ellos pueden elevar una caja de manzanas sobre sus cabezas, entonces pueden ser merecedores de elevar el pan y el vino en la Eucaristía dominical para la mayoría de nuestra gente que se gana la vida con este tipo de labor tan rígido.

“¿Español o inglés?” Deberíamos preguntarnos nosotros mismos si estamos listos para dar esa respuesta a todos aquellos con quienes compartimos nuestra vida diaria – aquellos que pueden estar buscando una señal de que nosotros estamos dispuestos a guiarlos hacia Jesucristo.

 “El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para traer la buena nueva a los pobres.”

Mi agradecimiento a todos ustedes – mis hermanos sacerdotes – por las muchas maneras que dirigen su mensaje a la pobreza espiritual de nuestra gente. Y mi agradecimiento a todos ustedes reunidos aquí esta noche porque abren sus corazones a Cristo mediante los sacramentos y también al cuidado pastoral de la Iglesia. ¡La Paz sea con ustedes!